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P.C. (mi grano de arena)

Nuestro viaje inicia tras la entrega de la pista en el gimnasio de la UPV con el desconcierto de no haber entendido con total claridad a donde dirigirnos o que hacer concretamente. De este modo, y casi sin darnos cuenta, nos dirigimos con una imparable lentitud hacia la Huerta Norte de Valencia, caminando por la facultad y ya visualizando la arquitectura del sitio, y analizando ya la huerta atravesada por el camino de Vera y rodeada por el barrio de Benimaclet.

Recorreríamos las afueras del recinto universitario, visualizando los mismos edificios ciertamente desconocidos de Bellas Artes, y a la vez teniendo nuestra primera interacción con los páramos de la huerta, de edificios humildes y grandes terrenos a explotar, predominando viviendas hechas probablemente por quienes las habitan o generaciones anteriores, y con una gran red de acequias, o caces, que dividen terrenos y suministran agua de regadío.

Mientras tanto, dirigiéndonos aún a lo desconocido, y pensando la contraseña para la primera pista, nos adentramos a un cruce en el final de la calle donde deberíamos tomar el camino más certero, o aquel que no nos alejase estrepitosamente de las demás misiones. Si seguíamos recto, el destino era incierto, y si girábamos, aún un poco más. En este instante, recurrimos a dos herramientas que disponíamos a mano, las cuales no eran pocas: Google Maps y otros grupos perdidos. El grupo que encontramos se encontraba ligeramente más perdido que nosotros, por lo que no fueron de gran ayuda, pero intentando localizar un camino que condujera hacia la huerta más profunda, tomamos la decisión de seguir el carril derecho para así adentrarnos de lleno en el deber de la ‘exploración arquitectónica’. De este modo, giramos por la calle de la derecha, atravesando casas, más huertas y finalmente, la ermita de la vera.

Para aquel entonces habíamos recibido indirectamente una cantidad de información que sería crucial para pistas futuras, como los materiales de los cuales de componían la gran mayoría de viviendas (materiales humildes, resistentes y confiables), las distribuciones generales de las distintas construcciones, formas geométricas que se repetirían y vegetación predominante, así como que se cultiva en la zona.

Al continuar por esa calle, predominante de viviendas y un bar, llegamos finalmente a la ermita de vera, donde nuestro ‘sentido arácnido’ nos dijo de quedarnos a bocetear hasta encontrar una respuesta más fija a la pista de partida.

Para aquel entonces, nuestra mayor duda yacía en cuál era el formato de la contraseña. Nuestro compañero Pau llevaba un rato largo (más largo de lo esperado) intentado descifrar este código de manera persistente y fallida, girando la mayoría de las opciones propuestas por todos en la palabra ‘tipología’, la cual era nueva y muy reciente para nosotros, fallando como sería descubierto en el momento cada contraseña supuesta. Sin embargo, y tras llevar un tiempo dibujando en el sitio, vemos que la respuesta estuvo todo el rato enfrente nuestra, y sería la ermita en sí.

Una ermita, cabe mencionar, es una construcción de índole religiosa, que está dedicada a un santo y no tiene un culto fijo, como sería en una iglesia. Además, una ermita consta generalmente de una planta rectangular y suele estar situada a las afueras de los núcleos urbanos.

Destaco a modo de curiosidad que estas, como su propio nombre lo indican, suelen estar vigiladas y mantenidas por ermitaños, además de por el ayuntamiento en caso de Valencia por estar consideradas patrimonio cultural.

La ermita de vera fue originalmente construida en el siglo XV, pero el aspecto que cobra hoy en día lo conocemos de la remodelación que sufrió en el siglo XVIII, conviviendo estructuralmente con una alquería y un molino, dado que para cuando fue construida los señores feudales debían de facilitar a los labradores una serie de servicios en la huerta misma.

Al estar reformada durante tanto tiempo, esta consta de distintos estilos arquitectónicos, desde románico, pasando por gótico e inclusive neoclásico en su interior.

Originariamente se dedicó esta ermita a la venerar a la Virgen del Rosario, dado que esta estaba en manos de la orden de los dominicanos, la cual fue fundada en Francia por el cura español Santo Domingo, pudiendo avistar hoy el escudo de la orden en el crucero.

Sin embargo, desde 1854 hasta la actualidad, esta ermita está dedicada a la Inmaculada Concepción.

Cabe mencionar en la actualidad un arraigue a las tradiciones de antaño practicadas en esta ermita, como la bendición de los animales (generalmente ganado), el 17 de enero de cada año.

Tras encontrar la pista, nos dirigimos a cruzar la autovía, donde encontraríamos la ermita de Vilanova, o ermita del ‘Crist de les Animes’ situada en el ‘Carrer Camí al Mar’, tras una caminata larga.

Esta ermita yacía junto a una alquería de igual nombre hasta el año 1971, donde esta sería derruida. Se encuentra vallada y ocultada de cierto modo entre una arbolada.

No se conoce con exactitud la fecha inicial de construcción, pero ronda entre los siglos XVII Y XVIII, y oficialmente reedificada en el año 1876.

En la actualidad, esta ermita es protegida por la A.P.H.A., la Asociación Profesional de Horchateros de Alboraya, compuesta por doce integrantes de la región de Alboraya y pedanías.

Los patrones de adorno son de Manuel Biot Rodrigo y en esta construcción todavía se venera a la Virgen de la Huerta por parte de los horchateros, celebrando en esta un banquete con gastronomía típica de productos locales.

Más adelante en nuestro camino encontraríamos la ermita de San Andrés, de la cual no se encuentra demasiada información acerca de esta, más que es un museo actualmente y las construcciones de alrededor son viviendas habitadas, pero todo realmente mal conservado.

Es de mención sinceramente el estado en el que se encontraban estas construcciones a la fecha de ir a observarlas, ya que la mejor conservada sin lugar a duda era de la ermita de Vera, detrás de la universidad, la cual tenía la pintura relativamente cuidada, las carpinterías no tan bien mantenidas y cierta sensación de dejadez con la maleza que asomaba en el patio trasero o entre la vereda.

La ermita de Vilanova ya se encontraba en un estado considerablemente más derruida, teniendo toda la pintura de las paredes laterales descascarada, la campana (Mare de Déu de l’Horta, así bautizada en el 2000, año de su fundición) había sido robada anteriormente, y la actual ya presentaba importantes signos de desgaste. Además, el terreno presentaba importantes brozas de distinto tipo, desde orgánicas (troncos, maleza, hierbajos, etc.) hasta humanos (mascarillas, latas, envoltorios, entre otros).

Y la ermita de San Andrés honestamente se encontraba en un estado deplorable de conservación.

Es en este punto donde llegamos a un debate ciertamente moral sobre la conservación del patrimonio. Por un lado, tenemos a quien defiende la idea de no darles una mano de obra de vez en cuando dado el coste de ‘manutención’ que estas piezas arquitectónicas generan, y la pérdida de ‘viejos colores, las consistencias mutables, las relaciones con el entorno, los siglos, el tiempo’, como Paolo Barbaro menciona en su libro ‘Venezia, la città ritrovata’. En la otra cara de la moneda, encontramos a aquellos individuos que asientan al mencionar la idea de la conservación del patrimonio cultural arquitectónico (en este caso), y encuentran positivo el mantenimiento de estas obras sin importar su desvalorización contextual o cultural dadas las reformas planteadas.

En lo personal, considero que, al igual que mencionó Aristóteles, Aurea mediocritas, o en español, ‘dorado término medio’, haciendo alusión a que la virtud yace en el término meridional de las cosas. Ni se debería plantear reformas excesivas en el mantenimiento del patrimonio cultural de ningún tipo, ya que de esta manera se pierde la forma de afrontar los años de una obra, su valorización contextual, los detalles iniciales, etc., ni se debería dejar desvanecer de cierto modo la calidad y el esfuerzo empleado en cualquier obra. Al igual que remasterizamos y remezclamos los álbumes de The Doors, John Coltrane o Carlos Gardel para hacer de la experiencia auditiva algo más agradable, manteniendo la calidez y contextualización temporal, debemos dejar las construcciones que forman parte del patrimonio cultural de una ciudad o región en manos de arquitectos dispuestos a conservar estilos, texturas y sensaciones sin reconstruir las obras.

 Un ejemplo de esto último sería la Catedral de Valencia, la cual tras la reforma que pretendía coronarla como una obra de índole gótico, termina dejando en pleno centro de la urbe un edificio alejado de todo concepto gótico de antaño, neogótico, o nada parecido, solo una mala interpretación ambiental y temporal de una obra de la cual solo observamos en la actualidad la esencia en nuestro recuerdo.

Cuando el ingeniero de sonido ecualiza una pista, no se pone a trabajar a ciegas y cuando aplica la teoría corta su trabajo, sino que cada movimiento que realiza en la mesa de mezcla lo va contrastando con el original y con una pista de referencia, verificando así que cada acto cometido mejora la obra y no la distorsiona. De este modo, el arquitecto debe ser consecuente con los planos de obra, con cada línea y trazo que realiza sobre una edificación ya hecha. No puede zambullirse en palabrería y teoría generalizada para cada construcción o, en este caso, mantenimiento del patrimonio cultural, ya que no todos somos Massimiliano Fuksas y podemos plantear una bóveda para Notre Dame de París a nuestro antojo.

En conclusión, la conservación de cualquier corriente cultural debe ser asignada al artista que con un conocimiento excepcional de la historia de la obra y su contexto sepa aplicar técnicas avanzadas, contemporáneas o innovadoras en su ‘lienzo’ con el final de mantener la esencia, sin perder la atmósfera o valor histórico de dicha obra, alcanzado entonces su esplendor de antaño sin opacarlo.